Rosario Castellanos a ochenta años de su nacimiento y a treinta años de su deceso


Rosario Castellanos cumpliría ochenta años el 25 de mayo del año próximo y se cumplieron treinta años de su deceso el 7 de agosto de este año (2004).

¿Quién fue Rosario Castellanos y qué representa la obra de esta escritora en estos primeros años de un nuevo milenio?. Intentaremos un acercamiento a estas preguntas.

Por lo general los escritores no aceptan que se confunda su vida con su obra e insisten siempre en que se deje muy clara la diferencia entre ellas. Pero para Rosario su vocación literaria fue su vida, vivió para realizar esa vocación. La única alternativa que encontró para realizarse como mujer y como escritora fue ejercer la literatura o morir de angustia, naturalmente, prefirió lo primero. En ella, la literatura sustituyó a la vida, encontró que escribiendo se aproximaba de un modo más total a los núcleos de su pensamiento, descubrió en la literatura la posibilidad de vivir de una manera más concreta los problemas que pensaba de un modo abstracto al recrearlos en boca de sus personajes literarios. La literatura representó para ella un problema de lenguaje, se dio cuenta que la prosa es conceptual, que nos proporciona visiones sobre nuestros objetos y nos descubre la realidad de los mismos. Este descubrimiento es ya una forma de modificar el mundo.

Rosario se propuso hacer una literatura que no sólo describiese lo dado, sino que lo cambiara con un sentido práctico. Nombrar fue para ella cambiar.

La literatura le representó la posibilidad de transformar el mundo, su mundo, nuestro mundo. Su obra está comprometida con el tiempo que le tocó vivir e intentó un lenguaje eficaz para señalar mejor el propósito de cambiar la sociedad en que vivimos. Su obra tiende a la acción, a la liquidación de estructuras humanas que, por injustas, deben desaparecer.

Su tema, no sólo fue la relación de indígenas y “coletos”, de mujeres y hombres, de víctimas y verdugos sino, en planos más profundos, el del ser humano en la sociedad, analizó las estructuras humanas y sociales de su Estado natal, Chiapas, y encontró que debían ser modificadas y a ello quiso contribuir por medio de la literatura. Hoy por hoy quien pretenda entender un poco más el levantamiento indígena de 1994, tiene que recurrir a las primeras dos novelas y el primer libro de cuentos de esta escritora: Balún Canán, Oficio de tinieblas y Ciudad Real, respectivamente.

Cuando niña, Rosario tomó la literatura como un sustituto de la religión. Se sintió tan pequeña, tan innecesaria, y tan insignificante en su condición de mujer dentro de la sociedad patriarcal y neofeudalista en que le tocó vivir sus primeros años, que las letras fueron para ella su salvación.

“Escribo porque yo, un día, adolescente,
me incliné ante un espejo y no había nadie
¿se da cuenta? El vacío. Y junto a mí los otros
chorreaban importancia”.

Rosario Castellanos fue una solitaria, no es casual entonces que haya escogido la literatura como un medio de expresión, nacido de un deseo profundo de comunicación, de entablar relación con el mayor número posible de seres humanos en un intento de comprensión y solidaridad humanas, pero también hacer literatura fue para ella una forma de ubicarse en la realidad. En la última entrevista que concedió dos días antes de su muerte, aseguró que “siempre había logrado la ubicación a través de la literatura”, y en otra ocasión comentó que sólo había vivido lo redactado y que su estilo consistía en tomar un hecho a todas luces insignificante y tratar de relacionarlo con una verdad trascendente.

Rosario Castellanos vivió los sucesos que formaron el México contemporáneo, ese México que nació justamente alrededor de los años cuarenta, la madurez de nuestra cultura, la implantación de las medidas socialistas del presidente Lázaro Cárdenas sobre el régimen de la tenencia de la tierra, con todos los procesos socioeconómicos que ello representó; el término de la guerra civil en España que trajo lo mejor de la intelectualidad a América, el estallamiento de la Segunda Guerra Mundial que nos obligó a bastarnos culturalmente a nosotros mismos, los primeros pasos de las mujeres en la lucha por su liberación…. Ella pudo confirmar, en carne propia, la aseveración de Carpentier en el sentido de que en Iberoamérica diferentes edades coexisten. Conoció el neofeudalismo porfirista, la esclavitud y aún los años de la Colonia, en las fincas de su padre, en pleno siglo XX.

Desde el momento en que Rosario descubrió y sintió el papel que tendría que desempeñar como ser humano, descubrió la importancia de su vocación y usó la escritura tanto como terapia como para interpretar y entender el mundo hostil que la rodeaba. Amó esencialmente la literatura, como amó también el enseñarla, la estudió, la divulgó. Sus exalumnos hemos comentado en varias ocasiones que quienes no habían tenido a Rosario como maestra, no la habían conocido cabalmente.

Esos últimos años en que la tuvimos como maestra antes de irse a Israel como embajadora, nos mostraron a una Rosario totalmente dueña de sí misma, viviendo la literatura y enseñándola como un oficio con todo el entusiasmo y toda la constancia que exige un oficio libremente elegido. La literatura fue para ella la forma de ordenar y entender el mundo y así supo trasmitirlo a sus alumnos.

En su tesis, Sobre cultura femenina, con la que obtuvo su maestría en filosofía, en 1950, Rosario Castellanos se planteó la interrogante acerca de si existía o no una cultura femenina, intentó después de humorísticas reflexiones, una justificación de esas pocas y excepcionales mujeres que se habían introducido en el mundo masculino; el mundo de la cultura. Comprenderlas, averiguar por qué se separaron del resto de sus congéneres e invadieron el terreno prohibido y, más que ninguna otra cosa, qué las hizo dirigirse a la realización de esa hazaña, de dónde extrajeron la fuerza para modificar sus condiciones naturales y convertirse en seres aptos para labores que, por lo menos, no les eran habituales.

Poco a poco la vida y la experiencia, así como la insistencia de Rosario en adquirir cultura, fueron modificando los conceptos vertidos en su libro anterior, libro de juventud por otra parte. La fe en su intuición, oscura, inexplicable, pero generalmente acertada, aunada a sus estudios y a la observación directa de lo que la rodeaba y que sabía traducir a palabras (“Porque una palabra es el sabor/que nuestra lengua tiene de lo eterno”), fueron desarrollándole el concepto sobre el problema de su identidad, el problema de nuestra identidad como mujeres y como mexicanas. Rosario a través de su narrativa analizó y ejemplificó las diferentes alternativas femeninas en nuestra cultura latinoamericana.

Después de haber indagado en los tratados de los hombres lo que éstos decían de nosotras, Rosario Castellanos se da a la tarea de averiguarlo por ella misma y en los estudios sobre mujeres llevados a cabo por mujeres, para terminar con un ensayo propio extraordinario: “La participación de la mujer mexicana en la educación”, en el que abundando en lo dicho en un discurso en ocasión del día de la mujer, que pronunció en el Museo Nacional de Antropología e Historia, en 1971, habló del trato indigno entre mujer y hombre y conminó a la primera a luchar por la adquisición y conservación de su personalidad. Rosario ha evolucionado a tal grado para estas fechas, que las mujeres ya no son para ella, tontas, sino simplemente víctimas, de los demás y de ellas mismas. El sexo como la raza, no constituyen una fatalidad biológica, histórica o social, son sólo un conjunto de condiciones, un marco de referencias concretas dentro de las cuales el género humano se esfuerza por alcanzar la plenitud en el desarrollo de sus potencialidades creadoras.

“No es equitativo --y contraría el espíritu de la ley-- que uno tenga toda la libertad de movimiento mientras que la otra está reducida a la parálisis”. En esta última etapa de la evolución de su pensamiento, va a ser la creación cultural lo que dé sentido y justificación tanto a la existencia masculina como a la femenina. Rosario sabe que el hombre desarrolló demasiado el intelecto, olvidando que es preciso primero purificar los sentimientos. Supo que se volvió un sabio peligroso, antes de trasformarse en un hombre bueno.

El lugar que le corresponde a la mujer mexicana en la sociedad de la segunda mitad del siglo veinte abrió para ella, por fin, la posibilidad de una existencia propia. Podrá realizar la hazaña de convertirse en lo que se es, hazaña por otra parte de privilegiados, sea el que sea su sexo y sus condiciones, pero para ello es necesario, no sólo el descubrimiento de los rasgos esenciales, sino sobre todo “el rechazo de esas falsas imágenes, de esos estereotipos que las costumbres y los falsos espejos han ofrecido a la mujer en las cerradas galerías donde su vida ha transcurrido y transcurre todavía”.

El remedio que nos propone Rosario es doble: primero, la toma de conciencia y el descubrimiento de nuestra verdadera forma de ser, desembarazándonos de los mitos y enfrentándonos a nosotras mismas, dándonos cuenta que somos criaturas mutantes, que atravesamos ese momento de transición en que se tienen todas las desventajas de lo que se ha abandonado, y no se alcanza aún la posesión plena de las ventajas de aquello hacia lo que se tiende. El segundo recurso: “Construir la imagen propia, autoretratarse, redactar el alegato de la defensa, exhibir la prueba de descargo, hacer un testamento a la posteridad para legar lo que se tuvo, pero ante todo para hacer constar aquello de lo que se careció --en una palabra, evocar su propia vida--”; esto fue precisamente lo que hizo Rosario Castellanos a lo largo de sus cuarenta y nueve años, primero ante el peligro inminente de no ser y segundo por un tenso anhelo de saber quién era. Frente a la soledad recurrió a la escritura, para conjurar los fantasmas que la rodearon no tuvo a su alcance sino las palabras. Estas constituyeron, para la escritora, su escudo frente al mundo. Escribir fue para ella dar una forma a la experiencia, un ritmo a la temporalidad, un orden al caos, una interpretación a lo absurdo. Escribir fue transformar lo azaroso en legítimo, lo gratuito en necesario. No vivió más que lo que escribió. Escribir le permitió nacer de nuevo.

En el ensayo que venimos mencionando, el de la participación de la mujer mexicana en la educación, Rosario Castellanos nos propone tres caminos para alcanzar la ansiada libertad: la meditación; el conocimiento de nuestras raíces individuales y colectivas, es decir históricas, y el humor, porque la risa es el primer testimonio de la libertad y porque al igual que Cortázar, Rosario estaba convencida de que la risa ha cavado más túneles que todas las lágrimas de la tierra.

Indudablemente los enemigos más encarnizados no sólo de la mujer sino del hombre también, viven y se alimentan dentro de nosotros mismos, son las costumbres, los prejuicios, la ignorancia, el miedo, el egoísmo, los traumas arraigados en nuestro corazón. Rosario aconseja arremeter contra ellos, no con la espada flamígera de la indignación, ni con el trémolo lamentable del llanto, ni con el miedo ancestral a su zarpazo, sino poniendo en evidencia, lo que, las costumbres sobre todo, tienen de obsoletas, de cursis, de absurdas, de fantasmas y de imbéciles. Sólo a través del humor nos podremos liberar de lo que nos oprime, de lo que nos humilla, del distanciamiento de lo que nos aprisiona, “Quitémosle --nos recomienda Rosario Castellanos-- por ejemplo la aureola al padre severo o intransigente y el pedestal a la madre dulce y tímida que se ofrece cada mañana para la ceremonia de la degollación propiciatoria. Los dos son personajes de una comedia ya irrepresentable”. “Quitémosle al novio formal ese aroma apetitoso que lo rodea. Se valúa muy alto y se vende muy caro. Su precio es la nulificación de su pareja y quiere esa nulificación porque él es una nulidad”. “Quitémosle al vestido blanco y a la corona de azahares el nimbo glorioso que los circunda. Son símbolos de algo muy tangible y que deberíamos conocer muy bien, puesto que tiene su alojamiento en nuestro cuerpo: la virginidad... Tengamos el valor de decir que somos vírgenes porque se nos da la real gana, porque así nos conviene para fines ulteriores o porque no hemos encontrado la manera de dejar de serlo. Pero, por favor, no sigamos enmascarando nuestra responsabilidad en abstracciones que no son ciertas, como las que 1lamamos virtud, castidad o pureza.

Rosario Castellanos acabó desmintiendo la afirmación hecha en 1950, la mujer ya no se realiza sólo siendo madre. Y sepamos, antes de tener los hijos, que no nos pertenecen y que no tenemos derecho a convertirlos en los chivos expiatorios de todas nuestras frustraciones y carencias, sino la obligación de emanciparlos lo más pronto posible de nuestra tutela. Y en cuanto a los maridos no son ni el milagro de San Antonio, ni el monstruo de la Laguna Negra. Son seres humanos... a quienes nuestra inferioridad les perjudica tanto o más que a nosotras, para quienes nuestra ignorancia es un lastre que los hunde. Tenemos que comprender porque lo hemos sentido todos y todas en carne propia, que nada esclaviza tanto como esclavizar, que nada produce una degradación mayor en uno mismo que la degradación que se pretende infringir a otro. Y que si se le da al prójimo (mujer, amigo, empleado, hijo, etc.), el rango de persona que en determinadas circunstancias se le niega o se le escamotea, se enriquece y se vuelve más sólida la personalidad del donante. Pero “no basta adaptarnos a una sociedad que cambia en la superficie y permanece idéntica en la raíz. No basta imitar los modelos que se nos proponen y que son las respuestas a otras circunstancias diferentes de las nuestras. No basta siquiera, descubrir lo que somos. Hay que inventarnos”.

Y para inventarnos tenemos que saber estar solos, sólo en la soledad y en el silencio el ser humano puede meditar y enfrentarse con lo que es realmente. En 1960 nos dijo:

“Lo supe de repente:
hay otro
Y desde entonces duermo sólo a medias
Y ya casi no como.
No es posible vivir con este rostro
que es el mío verdadero
y que aún no conozco”.

Le costó una década conocer su esencia, esa otra Rosario escondida en lo más profundo de sí misma, y fue sólo en la soledad y en la meditación que pudo descubrirse.

Sin embargo, la soledad es un don que se debe ejercer en compañía, por lo que Rosario Castellanos cultivó, hasta su muerte, por medio de 1a literatura, la actividad creadora como el único camino de salvación a la manera de Onetti, y siguió luchando, hasta el último momento, por algo tan difícil de alcanzar como es el equilibrio, la serenidad, 1a alegría. Su miedo a la realidad era tan grande como el deseo simultáneo de conocerla. La lectura de Simone Weil le ofreció, dentro de la vida social, una serie de constantes que determinan la actitud de los sometidos frente a los sometedores, el trato que los poderosos dan a los débiles; el cuadro de reacciones de los sojuzgados, la corriente del mal que va de los fuertes a los débiles, y que regresa otra vez a los fuertes. Esta especie de contagio le pareció dolorosa y fascinante pero le permitió entender el mundo que la había conformado y mantener para consigo misma y su conducta una actitud de constante vigilancia, para los demás una generosidad y comprensión sin desmayos y una consciente y alerta actitud ante la vida. Supo que sólo el amor nos salva de nuestro egoísmo, de la cerrazón en torno a ese núcleo intransferible de problemas que es el “yo”. Supo que sólo abriéndonos a lo más esencial dentro de nosotros mismos alcanzaremos 1a libertad y lograremos la plenitud.

Resumiendo, el legado de Rosario Castellanos no se concretó sólo a pertenecer a lo mejor que se ha escrito dentro de la corriente indigenista en Iberoamérica, al saber romper con los viejos moldes de la novela de indios, y ver a éstos en lo esencial, como seres humanos, aunque inmersos en una miseria atroz, sino porque al expresar el dolor del pueblo chamula, expresó el dolor de ella misma y de muchos seres humanos que han sido explotados despiadadamente. Rosario supo escuchar las voces de los desposeídos porque ella también fue una desposeída, las voces de los oprimidos porque también fue una oprimida y las de los verdugos porque también tuvo ocasión de serlo. La relación víctima-verdugo fue muy bien observada por esta escritora, y se desprende después de una nueva lectura de su obra, que la sociedad de consumo y explotación en la cual vivimos nos obliga a mirar siempre al otro, quienquiera que éste sea, como adversario, y nos condena a todos por igual a ajustarnos a los estrechos límites de los papeles de opresor u oprimido. El no asumir uno de los dos supone la pérdida de la única identidad que conocemos y esto hace inconcebible cualquier otra alternativa de convivencia.

Rosario también fue más allá de la lucha de la mujer por su emancipación, penetró en la esencia de ese mismo conflicto en todos los seres humanos, hombres/mujeres, obreros/patrones, campesinos/caciques, señoras/sirvientas, etc.

Y ese otro modo de ser, que se preguntó un día Rosario, ese “debe haber otro modo…
“Otro modo de ser
humano y libre.
“Otro modo de ser”

Lo encontró Rosario al final de su vida…

Y desde 1960 trazó su destino, perfiló su altruismo e intuyó la unidad del ser humano:

“Algún día lo sabré. Este cuerpo que ha sido
mi albergue, mi prisión, mi hospital, es mi tumba

...
Y sin embargo, hermano, amante, hijo, amigo, antepasado
no hay soledad, no hay muerte
aunque yo olvide y aunque yo me acabe.
Hombre, donde tú estás, donde tú vives
permanecemos todos.

Rosario al ir construyendo su obra al hacer literatura, se fue descubriendo a sí misma y nos fue descubriendo a nosotros mismos, al descubrir el mundo que la rodeaba….
¿Qué otras cosas mejores se le puede pedir a un escritor, a una escritora?

Aurora M. Ocampo
8 de noviembre de 2004
http://aurora-m-ocampo.blogspot.com/

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