Cumple 86 de Aurora M Ocampo

Celebramos un cumpleaños más y el inicio de una nueva etapa en la vida de Aurora: su jubilación. Ahora que ya vive en Cuernavaca, Morelos en la Casa de la Red, también recordaremos el sexagésimo aniversario del Centro de Estudios Literarios de la UNAM, del cual es cofundadora, y presentaremos el libro que acabamos de editar 'Aurora de todos los nombres' con las fotos de Juan Miranda y los textos de muchos amigos en ocasión de los últimos eventos que convocaron para sus onomásticos y homenajes varias instituciones y grupos. Cuentas con dos entradas de cortesía a la comida confirmando tu asistencia al 01-777-3131227 o 4550833. Será el sábado 16 de enero de 2016 de las 14:00 a las 20:00 h.

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Maestros detrás de las ideas Aurora M. Ocampo. Fuentes del conocimiento literario en México. Promo del programa de TVUNAM.

Los cincuenta años del Centro de Estudios Literarios de la UNAM (1956-2006)

Por Aurora M. Ocampo

Efectivamente, el CEL, como comúnmente llamamos a nuestro Centro, cumplió su medio siglo el 9 de octubre de 2006. Fue fundado por Julio Jiménez Rueda, su primer director, María del Carmen Millán, como subdirectora, y tres estudiantes de maestría en Lengua y Literatura Españolas: Ana Elena Díaz Alejo, Aurora M. Ocampo y Ernesto Prado Velázquez, reclutados como becarios.
El Centro de Estudios Literarios, hoy departamento del Instituto de Investigaciones Filológicas, es el más antiguo de los centros y seminarios que lo conforman. Fuimos autónomos durante diecisiete años, hasta que Rubén Bonifaz Nuño, al unirlo a su Centro, el de Estudios Clásicos; al de Lope Blanch, de Lingüística, y al del doctor Ruz, de Estudios Mayas, fundó, en 1973, el Instituto al cual pertenecemos desde entonces.
Empezamos a trabajar, los cinco fundadores del CEL, en un pequeño cubículo en el segundo piso de la Torre de Humanidades I. Los estudios de la literatura mexicana para los maestros de esos tres becarios, don Julio y María del Carmen, fueron toda su vida, por lo que si nos escogieron para empezar a trabajar en el Centro por ellos fundado, fue porque vieron en nosotros, sus alumnos, la misma pasión que a ellos movía.
Empezar a estudiar la historia y devenir de nuestra literatura se nos presentó como una tarea de tal envergadura, que lo primero que se nos ocurrió fue agenciarnos de libros, por donación, compra, rifas, lo que fuera; nuestro acervo, de 1956 a 1960, llegó a ser de poco más de un centenar de libros y revistas*. Ya con ellos nos dimos cuenta de que si no emprendíamos primero los trabajos bibliográficos, jamás tendríamos los datos necesarios para investigar nuestra historia literaria. En nuestros tiempos, ya nadie pone en duda la importancia de la bibliografía. Todo el que tenga una actividad intelectual, llámese investigador, escritor, profesor o estudiante, antes de iniciar un estudio, recurre a la primera ciencia auxiliar del trabajo intelectual: la bibliografía. El que se aventure a desarrollar un tema sin esta previa consulta, de seguro perderá la verdadera fuente de información y la oportunidad de aprovechar las experiencias y los resultados a los que otros han llegado. Su trabajo correrá el riesgo de resultar inferior a otros ya publicados o que no aporte nada nuevo a la evolución de esa rama del conocimiento. Por otra parte, la bibliografía, considerada como inventario de la producción intelectual de un país, constituye el índice de la cultura de un pueblo y, en nuestro caso particular, hacer el recuento de lo que tenemos en el terreno de nuestra literatura es indispensable para escribir la historia literaria de México.
Por todo lo anterior, los primeros trabajos elaborados en el Centro de Estudios Literarios fueron, por un lado, los índices de revistas especializadas y, por otro, crear un banco de datos que recogiera la producción y las referencias críticas de nuestros escritores.
Con ese centenar de libros conseguido de donaciones y la compra de revistas, empezamos a elaborar los primeros Índices de las revistas del siglo diecinueve, convencidos de que la mayor parte de nuestra literatura de ese siglo se hallaba en ellas. Precisamente los primeros Índices elaborados fueron los de la revista literaria mexicana El Domingo (1871-1873), índices elaborados por nosotros, los tres estudiantes becarios y que salieron al público en 1959.
Nuestras penurias para conseguir libros terminaron en 1960, con la donación del fundador y director del Centro de Estudios Literarios y maestro nuestro, don Julio Jiménez Rueda*, el cual poco antes de su muerte, acaecida el 25 de julio de ese año, donó su biblioteca particular, diez mil volúmenes entre libros y revistas, que pasaron a formar el núcleo principal de la biblioteca y el mejor instrumento de trabajo de sus investigadores que ya para entonces habían aumentado en su número, entre ellos, Jacobo Chencinsky y Luis Mario Schneider. Obviamente, esos diez mil volúmenes donados no cabían en nuestro cubículo de la Torre de Humanidades I, así que fueron recibidos en ceremonia oficial inaugurando el nuevo domicilio del Centro de Estudios Literarios, ubicado en la planta alta de la Biblioteca Central, el 25 de octubre de 1960. Desde entonces hasta 1988 en que tuvimos, como parte del Instituto de Investigaciones Filológicas, el edificio propio que hoy ocupamos, la Biblioteca del Centro de Estudios Literarios se llamó “Julio Jiménez Rueda”.
Conscientes, bajo la dirección (1960-1971), de María del Carmen Millán*, de que la mayor parte de nuestra literatura se encuentra en las publicaciones periódicas, comenzamos a revisar las más importantes hemerotecas de la capital, en busca de las principales revistas especializadas del siglo XIX. Pocos años después de fundado el Centro de Estudios Literarios teníamos ya formada nuestra propia hemeroteca, primero con lo donado por nuestro director fundador y después a través de compra, canje, donaciones y suscripciones. Una de las adquisiciones más importantes de revistas del XIX fue de la hemeroteca particular del historiador José María Luján, al que le compramos varias colecciones completas.
El surgimiento de las revistas literarias en nuestro país fue un producto de las condiciones sociales derivadas del movimiento de Independencia. La más antigua fue El Diario de México (1805-1817) y, a partir de 1821, hasta los últimos años de la década de los setenta, apareció El Domingo, cuando se registraron no menos de 125 revistas y periódicos literarios, algunos de los cuales duraron menos de un año. El primer despertar literario ocurrió entre 1840 y 1850, en el que se abre paso la escuela romántica. Las diferencias ideológicas entre liberales y conservadores se reflejan en todas ellas. A esta época corresponden los índices de autores, inéditos hasta hoy, de El Registro Yucateco, periódico literario de Mérida (1845-1846), y de El Repertorio Pintoresco, también de Mérida (1863), elaborados por María Rosa Palazón cuando ingresó al CEL, en 1965. Igualmente inédito se encuentra el índice de El Ateneo Mexicano (1844), elaborado por Raúl Ávila, otro de los múltiples estudiantes que han pasado por nuestra institución.
Al triunfo de la República, en 1867, sucedió una paz relativa que hizo posible, otra vez, el surgimiento de las actividades literarias, actividades alentadas sobre todo por Ignacio Manuel Altamirano, que se verían coronadas el 2 de enero de 1869, al aparecer la primera entrega de su revista semanaria, El Renacimiento, caracterizada por su imparcialidad, su tolerancia, su entusiasmo por lo bello y su fe en el porvenir de México. Los índices de El Renacimiento, semanario literario mexicano de 1869, elaborados por otro investigador recién llegado, Huberto Batis, fueron su tesis de maestría, más tarde publicados por el CEL, en 1963; Batis nos dice, en su estudio preliminar, que Altamirano ofreció las páginas de su revista a tirios y troyanos, a escritores y estudiosos de todas las ideologías políticas. El Renacimiento llegó a ser la revista de varias generaciones y tuvo un alcance nacional, al reunir a escritores de varios estados de la república, sin olvidar a los extranjeros que residían en el país. José Luis Martínez afirmó de esta revista que fue el documento mayor de nuestras letras en esa centuria. La segunda época de El Renacimiento (1894) cerró el ciclo del romanticismo en México. En ella se pasa la antorcha a la Revista Azul, que inauguró el modernismo mexicano. Esta revista vivió dentro de la tercera reelección de Porfirio Díaz.
Entre El Renacimiento, la revista de Altamirano, y la Revista Azul, surgieron, además de la de El Domingo, ya mencionada: El Artista, de la cual se inició la elaboración de los índices por ayudantes de investigador, sin que llegaran a terminarse; El Nacional, periódico literario de 1880 a 1884, que diera lugar al segundo volumen de nuestros índices, elaborados por Ana Elena Díaz Alejo y Ernesto Prado Velázquez y publicado en 1961; La Juventud Literaria, estudiada por Irma Kraus durante los años en que trabajó en el CEL y que le sirvió para recibirse en 1965, con una tesis intitulada La poesía en La Juventud Literaria/Semanario mexicano (1887-1888); La República Literaria, cuyos índices también quedaron en proyecto; la Revista Nacional de Letras y Ciencias (1889-1890), revista de Justo Sierra, cuyo índice fue elaborado por Celia Miranda Cárabes y publicado en 1980.
Correspondió, pues, a Manuel Gutiérrez Nájera representar con la Revista Azul (1894-1896) la herencia de prestigio que caracterizó a El Renacimiento de 1869. Ana Elena Díaz Alejo y Ernesto Prado Velázquez hicieron los índices de esta importante revista, los cuales se publicaron en 1968. En su estudio preliminar, los autores nos informan que el Duque Job estuvo al frente de la revista durante sus nueve primeros meses; los veinte restantes estuvieron bajo la dirección de Carlos Díaz Dufoo. El mérito de la Revista Azul consistió en superar las formas anquilosadas y abrir las puertas a todo lo nuevo, sin que importara el desvío de los cánones establecidos. Este ideal, fundamentalmente estético, fue característico de la tendencia modernista. Manuel Gutiérrez Nájera, cuyo abierto espíritu no conocía limitaciones, supo tomar todo lo que le sirvió de las letras francesas y de otras literaturas. Al fundar la Revista Azul, pensó en una publicación no sólo para México, sino para toda nuestra América; de ahí la presencia constante en sus páginas de escritores de todo el continente; éste fue otro de sus grandes méritos. La Revista Azul perteneció a los últimos años del primer periodo modernista. En 1896, el último año de la revista, habían muerto ya los precursores de esta corriente: Julián del Casal, José Martí, José Asunción Silva y Manuel Gutiérrez Nájera. Sólo quedó Rubén Darío, quien asumió la jefatura del modernismo y se convirtió en su máximo poeta.
Toca a la Revista Moderna (1898-1903) seguir los pasos que los precursores habían abierto al nuevo camino de la poesía en Iberoamérica, continuando una actitud rebelde y abierta a todas las literaturas. Los índices de esta revista y su estudio preliminar fueron elaborados por Héctor Valdés, y publicados en 1967. La mayor parte de estos modernistas, nos dice el investigador, llevó una inquieta y amarga bohemia, a excepción de Jesús E. Valenzuela, que se consideraba la nota alegre en medio de la tristeza de los demás. Su vida sobresalió por su cordura, en contraste con la avidez por toda clase de experiencias de la mayoría de los poetas modernistas. En él radicó la estabilidad de la Revista Moderna y su larga vida. Los siete editores de esta revista fueron el propio Valenzuela, José Juan Tablada, Balbino Dávalos, Jesús Urueta, Rubén M. Campos, Ciro B. Ceballos y Bernardo Couto Castillo, además de su famoso ilustrador: Julio Ruelas. Por sus páginas desfilaron 84 escritores franceses, en comparación con sólo 68 mexicanos, 32 hispanoamericanos, 16 españoles y 45 de otras nacionalidades. Estos números son muy reveladores de la influencia eminentemente francesa de la revista.
Hasta aquí los índices de las revistas del siglo XIX. En 1981 salió al público el estudio e índice de Letras de México, gaceta literaria y artística de los años 1937 a 1947, elaborados por Lourdes Franco, inaugurando así la etapa de los índices de revistas del siglo XX. Esta labor de rescate coincide con la realizada por José Luis Martínez en el Fondo de Cultura Económica y su colección “Revistas Literarias Mexicanas Modernas”, en la que en ediciones facsimilares empiezan a aparecer completos los números de algunas de las revistas más importantes de la primera mitad del siglo XX. Letras de México fue, al decir de Lourdes Franco, el documento de la inquietud vital de su fundador y director, Octavio G. Barreda. Revista publicada en la década de los cuarenta, en que se inicia la contemporaneidad de nuestra cultura, señala indudablemente uno de los momentos más importantes, una serie de procesos no sólo de carácter literario, sino ideológico y político, íntimamente relacionados con nuestra literatura. La década de Letras de México es tan importante para el conocimiento cultural y bibliográfico de esos años como lo sería más tarde, en la década de los cincuenta, el suplemento de Novedades, “México en la Cultura”, coordinado por Fernando Benítez y Gastón García Cantú, principalmente.
No podemos, los estudiosos del devenir de la cultura en el México contemporáneo, prescindir de la consulta de revistas como Letras de México, El Hijo Pródigo, Contemporáneos o Taller. De estas tres últimas se iniciaron los índices y sus respectivos estudios preliminares bajo la dirección de Huberto Batis, cuando estuvo al frente de nuestro Centro. De Contemporáneos, elaboró los índices y el estudio que los precede Guillermo Sheridan; sus investigaciones en el Centro de Estudios Literarios le permitieron publicar, en 1985, parte de su estudio preliminar bajo el título de Los Contemporáneos ayer. Los índices de Taller los inició Ambra Polidori, cuando trabajó en nuestro Centro; el estudio preliminar le sirvió como tesis de licenciatura.
El Centro de Estudios Literarios no ha dejado de considerar la posibilidad de continuar las ediciones facsimilares de las revistas literarias del XIX, iniciadas en nuestra colección “Fuentes de la Literatura Mexicana” con la edición de La Ilustración Potosina, precedida de un estudio de Belem Clark de Lara.
Un Centro como éste es una institución a la que concurren, de todas partes, investigadores, maestros, estudiantes y periodistas en busca de información. Esta razón, aunada a nuestras propias necesidades de crear un banco de datos que nos permitiera un mayor conocimiento de nuestra literatura, dieron por resultado una serie de materiales que más tarde se aglutinó alrededor de un ambicioso proyecto que, según convenio concertado en 1958 entre la UNAM y el Instituto Nacional de Antropología e Historia, se proponía redactar y financiar una obra enciclopédica acerca de la historia de la cultura en México. Para llevarla a cabo, los diferentes institutos de la Coordinación de Humanidades se dieron a la tarea de investigar lo referente a sus respectivas áreas. Contingencias de diverso orden dificultaron llevar a término el plan original, pero en virtud de que el Centro de Estudios Literarios cumplió la tarea que se le había encomendado, se estimó conveniente publicar, independientemente de los demás institutos, lo que se refería a los hombres de letras. Fue así como salió al público, en 1967, el Diccionario de escritores mexicanos, elaborado por Aurora M. Ocampo y Ernesto Prado, bajo la dirección de María del Carmen Millán, amplia nómina biobibliohemerográfica que abarcó desde Nezahualcóyotl hasta 1965, año en que apareció también, como fruto de esa investigación y adelanto del tomo de 1967, mi tesis de maestría intitulada Literatura mexicana contemporánea. Biobibliografía crítica. A partir de su publicación, mantuve la biobibliohemerografía de nuestros escritores al día.
Mis clases en la Facultad de Filosofía y Letras: Novela Iberoamericana del Siglo XX y Literatura Iberoamericana Comparada, heredadas de la maestra Rosario Castellanos, de la cual fui su ayudante de 1969 a 1971 y con la que hice gran parte de mis estudios de doctorado, me permitieron entender que nuestra literatura era parte de un todo: la gran literatura iberoamericana, especialmente la surgida alrededor de los años cuarenta del siglo XX. Por otro lado, nuestro Centro se abrió, como naturalmente tenía que suceder, a las investigaciones sobre la literatura de otros países de nuestra América; ello facilitó que, como apoyo a mis estudiantes, se publicara la bibliografía de y sobre los narradores iberoamericanos que había venido recogiendo desde la década de los sesenta, en seis entregas de la colección “Cuadernos del Centro de Estudios Literarios”, de 1971 a 1980. Por otra parte y con el mismo fin se publicaron las antologías de La crítica de la novela iberoamericana contemporánea y La crítica de la novela mexicana contemporánea, publicadas en nuestra colección “Letras del XX”, en 1973 y 1981 respectivamente, así como Cuentistas mexicanas. Siglo XX, publicada en la colección “Nueva Biblioteca Mexicana”, en 1976.
En esos años, mis intereses se repartían equitativamente entre la literatura mexicana y la narrativa de los otros países de Iberoamérica. Si a la maestra Millán debo mi iniciación y perseverancia en el estudio de la literatura mexicana, a Rosario Castellanos le debo lo que sé y trasmito a mis estudiantes, de narrativa iberoamericana. Mis estudios de maestría fueron apoyados y dirigidos por la primera; los de doctorado, especializados en narrativa iberoamericana del siglo XX, por la segunda. Mi tesón y fe en la segunda edición, en nueve volúmenes, del Diccionario de escritores mexicanos, tiene el espíritu que supo inspirarles María del Carmen Millán, así como mi entusiasmo y gusto por la novelística de nuestra América nacieron al contacto de las inolvidables clases de Rosario. La primera murió en 1982, la segunda, en 1974. Hoy viven juntas en la memoria agradecida de muchos de los alumnos que tuvimos la suerte de haber asistido a sus cátedras.
La primera edición del Diccionario, la de 1967, se agotó a mediados de la década de los setenta, por lo que empezaron a llegar al Centro muchas peticiones de México y del extranjero, sugiriendo su reedición o una nueva edición puesta al día; por todo ello, en 1980, en junta de Consejo Interno con nuestro director, Rubén Bonifaz Nuño, éste me apoyó para hacer una nueva edición por las razones antes expuestas, y se decidió, dado que en los años transcurridos desde 1967 el material recopilado se había incrementado enormemente, sobre todo en el caso del siglo XX, que los 242 autores de los siglos de la Colonia y el XIX deberían ser corregidos y aumentados en un volumen a cargo de Ernesto Prado Velázquez, y que los 300 escritores del siglo XX de mi autoría, en la edición de 1967, los cuales se habían multiplicado en mis ficheros y archivos, hasta llegar a casi mil quinientos*, se editarían, en varios volúmenes a mi cargo, bajo el título Diccionario de escritores mexicanos. Siglo XX. Nuestro director nos pidió que cada tomo fuera igual en formato y número de páginas a la edición de 1967. El t. I salió al público en 1988, y abarca a los escritores cuyos apellidos empiezan con las letras A, B, C y Ch; el tomo II (D-F), en 1992; el III (G), en 1993; el IV (H-L), en 1997; el V (M), en 2000; el VI (N-Q), en 2002; el VII (R), en 2004; el VIII (S-T), en 2005; y el IX, que abarcó las letras de la U a la Z, en 2007. Con este último tomo se ha dado fin a esta nueva edición y magna obra en la que confió, hace ya 28 años, el fundador del Instituto de Investigaciones Filológicas. Quiero aquí agradecer la colaboración de los miembros del equipo del DEM, sin los cuales no hubiera sido posible la realización de este proyecto, cuatro de los cuales trabajan conmigo desde el primer tomo: Aurora Sánchez Rebolledo, Patricia Ortiz Flores, Pilar Mandujano Jacobo y la hoy recordada corresponsable del proyecto hasta la entrega a la imprenta del último tomo, Laura Navarrete Maya; así como a nuestro actual investigador que funge como corresponsable desde el deceso de la maestra Navarrete, el maestro Jesús Gómez Morán; además a Carlos Rubio Pacho, Angélica Arreola Medina, Rocío González Serrano, que están con nosotros desde la elaboración del segundo tomo, y a los múltiples becarios que, a lo largo de estos últimos años*, han colaborado con nosotros en este proyecto, así como a la ayuda inapreciable de mi secretaria María Teresa López Jiménez.
Esta nueva edición, corregida y muy ampliada del siglo XX, representa el segundo intento de elaborar un Diccionario consagrado a los hombres de letras, o sea, a aquellos autores que han cultivado, principalmente, el cuento, el ensayo, la novela, la poesía y el teatro. Se incluye, sin embargo, a destacadas figuras en los campos de la biografía, la crítica, la crónica, la filosofía, la historiografía literaria y el periodismo, cuya obra se relaciona de alguna manera con la historia de la literatura mexicana. También hemos incorporado a los escritores de otras nacionalidades, con residencia en este país, cuya producción total o parcialmente pertenece a nuestras letras. Cada ficha de autor consta, primero, de sus datos biográficos esenciales; segundo, información de su obra: géneros que ha cultivado, en cuál o cuáles ha destacado, temas que le han interesado, etc.; tercero, sus obras publicadas, es decir, su bibliografía, clasificada alfabéticamente en géneros y éstos a su vez, en orden cronológico de publicación; cuarto, su hemerografía o sea, lo aparecido en publicaciones periódicas, clasificada igual que su bibliografía; y quinto y último, sus referencias críticas, clasificadas en orden alfabético de críticos. Para una mayor ayuda al que consulta el Diccionario y ahorro de papel, hemos incluido en las primeras páginas de cada tomo unas Abreviaturas que constan de tres partes: lista de siglas usadas a lo largo de las fichas de autor, lista de las fichas bibliográficas completas de las publicaciones periódicas revisadas en cada tomo, y lista de la bibliografía general más citada en obras y referencias del escritor.
Desde la primera edición del Diccionario, la de 1967, culminó aquel propósito común de hacer menos ardua la tarea de la investigación literaria que empezara, hace ya más de dos siglos, Eguiara y Eguren. Efectivamente, el DEM se inserta en una gran tradición filológica que se remonta al siglo XVIII con la Biblioteca Mexicana, del mencionado Eguiara y Eguren, de la cual el autor sólo vió publicado el primer tomo (A-C), en 1755. Juan José Eguiara y Eguren fue célebre en su tiempo por su oratoria y por sus estudios de teología; sin embargo, la posteridad lo recuerda principalmente como bibliógrafo e historiador de la cultura de su patria. Queriendo responder a ciertas apreciaciones injuriosas e infundadas del Dean de Alicante, don Manuel Martí, tocantes a la cultura de los habitantes del Nuevo Mundo y, en particular, de México, acometió la empresa de sistematizar la producción literaria y científica de México, desde la época prehispánica hasta mediados del XVIII. Del resto de su investigación, de la D a la J, se conserva un manuscrito en la biblioteca de la Universidad de Austin. Más tarde, en el siglo XIX, encontramos ya una gran producción en este sentido. La obra de Eguiara y Eguren marcó el punto de partida y sirvió como ejemplo y acicate para José Mariano Beristáin de Souza y su Biblioteca Hispanoamericana Septentrional, la cual contiene 3867 autores y le llevó 20 años elaborarla: de ella sólo vio publicado el tomo I, en 1816; en una tercera edición, en 1947, la totalidad de su investigación fue publicada en cinco tomos. Marcos Arróniz publicó su Manual de Biografía Mexicana o Galería de hombres célebres de México, en 1857; Eduardo Gallo, sus cuatro tomos de Hombres ilustres mexicanos, de 1873 a 1874; Enrique Olavarría y Ferrari, El arte literario en México. Noticias biográficas y críticas de sus más notables escritores, en 1878; Juan de Dios Peza, sus Poetas y escritores modernos mexicanos, en 1878; Victoriano Agüeros, sus Escritores mexicanos contemporáneos, en 1880; Francisco Sosa, sus Biografías de mexicanos distinguidos, en 1884; Joaquín García Icazbalceta, su Bibliografía mexicana del siglo XVI. Catálogo razonado de libros impresos de 1539 a 1600 con biografías de autores, en 1886; Ireneo Paz, Los hombres prominentes de México, en 1888; Antonio García Cubas, los cinco tomos de su Diccionario geográfico, histórico y biográfico de los Estados Unidos Mexicanos de 1888 a 1891; Luis González Obregón, su Breve noticia de los novelistas mexicanos del siglo XIX, en 1889; Francisco Pimentel, su Historia crítica de la literatura y de las ciencias en México desde la conquista hasta nuestros días, en 1890 y la Historia crítica de la poesía en México, en 1892; José María Vigil, sus Poetisas mexicanas de los siglos XVI, XVII, XVIII y XIX, en 1893. Ya en el siglo XX tenemos, en 1910: la Antología del Centenario, de Pedro Henríquez Ureña y Nicolás Rangel; el Diccionario de geografía, historia y biografías mexicanas, de Alberto Leduc y Luis Lara Pardo; Mujeres notables mexicanas, de Laureana Wright de Kleinhans; en 1916: los Poetas Nuevos de México, de Genaro Estrada; en 1918: Los poetas jóvenes de México, de José de Jesús Núñez y Domínguez; en 1926 y 1930, la Bibliografía de novelistas mexicanos y la Bibliografía biográfica mexicana, de Juan B. Iguíniz. En esta lista que comprende la gran tradición filológica en la que se inserta nuestro Diccionario, no he tomado en cuenta las ediciones que recogen la producción de escritores representativos de diferentes estados de la República: las hay de Yucatán, de Michoacán (como las de Nicolás León, en 1884 y Cayetano Andrade, en 1941); de Veracruz, Puebla, Hidalgo, etc. Esa primera edición del DEM, la de 1967, exactamente dos siglos después de la de Eguiara y Eguren, constituyó el primer intento de un diccionario consagrado exclusivamente a los hombres de letras y punto de partida de esta nueva edición en nueve volúmenes, la cual empezó, de hecho, a partir de la publicación de la primera, al mantener al día, hasta donde era posible, los datos biográficos, bibliohemerográficos y de referencias críticas de nuestros autores. Sin embargo, sólo en 1980, cuando se me asignaron ayudantes para iniciar la redacción de la nueva edición, se empezó a trabajar el primer tomo. A diferencia de la edición de 1967, la actual ofrece no sólo la biografía, la información sobre la obra, la bibliografía y las referencias críticas de los escritores, sino también su hemerografía, lo que la hace aún más especializada y única en su género. Nuestro Diccionario, a diferencia de otros repertorios bibliográficos, comprende a toda clase de autores, los de resonancia internacional como Mariano Azuela, Agustín Yáñez, José Revueltas, Rodolfo Usigli, Juan Rulfo, Octavio Paz o Carlos Fuentes, y los escritores de importancia sólo nacional. El rescate de figuras menores, injustamente olvidadas, dan una idea más clara de la vida literaria de nuestro siglo. Su hemerografía, de carácter representativo, no exhaustivo, es un reflejo vivo de la vida cultural contemporánea. La riqueza de las referencias críticas lo hace también un registro vivo de este siglo. Ellas no sólo sirven para documentarse sino también como testimonio de nuestro tiempo porque nos permiten saber cómo recibió la crítica la salida de determinado libro, así como la manera como lo va viendo al transcurrir de los años. Desde el siglo XVIII sentimos la necesidad de recuperar nuestro patrimonio cultural; hoy, en los inicios del siglo XXI, esta nueva edición terminada del Diccionario de escritores mexicanos. Siglo XX, lo recupera; esto tiene por lo mismo un sentido muy profundo.

Por otro lado hemos establecido, desde 1962 hasta nuestros días, una nutrida correspondencia con instituciones, editoriales, universidades y escritores que nos proporcionan datos y documentos de y sobre literatura, así como libros y datos de sus autores, con todo lo cual nuestra actual biblioteca del Instituto, la “Rubén Bonifaz Nuño”, se ha convertido en lo que a literatura mexicana e iberoamericana se refiere, en una de las más completas del país.
Volviendo a mis recuerdos de los primeros años de nuestro Centro, la primera colección de sus publicaciones, llamada así precisamente “Colección del Centro de Estudios Literarios”, empezó con un libro de nuestro director fundador: Julio Jiménez Rueda, Estampas de los siglos de oro, publicado en 1957, para continuar con los Índices de Revistas ya mencionadas; el Teatro profano de la Nueva España, en 1958; Imagen de la poesía mexicana contemporánea, de Raúl Leiva, en 1959; el Vocabulario mexicano relativo a la muerte, de Juan M. Lope Blanch, y otros. Desde entonces, con esta primera colección, se dejó asentado cuáles eran las inquietudes del nuevo Centro de Estudios Literarios: la Colonia, el siglo XIX y el XX. En la década de los setenta se inició la colección “Letras del XVI al XVIII”, con trabajos de Othón Arróniz, José Pascual Buxó y Raúl Leiva. En la colección “Letras del XX” han aparecido, además de los trabajos de Aurora M. Ocampo ya mencionados, estudios monográficos sobre Miguel Hernández, Mario Vargas Llosa, Bernardo Ortiz de Montellano, Octavio Paz, Juan Rulfo, Julio Cortázar, la novela de la Revolución Cubana y otros. La “Colección Letras del XIX” empezó en la década de los ochenta.
Las ediciones críticas de las obras de Manuel Gutiérrez Nájera, José Joaquín Fernández de Lizardi y José Juan Tablada más estudios de otros escritores mexicanos y las antologías sobre Cuentistas mexicanas siglo XX, de Aurora M. Ocampo, y Poetisas mexicanas siglo XX, de Héctor Valdés, editadas con motivo del año internacional de la mujer, en 1975, se publicaron en la colección “Nueva Biblioteca Mexicana”, en la cual el Centro de Estudios Literarios tiene publicados numerosos volúmenes.
A estas colecciones hay que agregar los estudios e investigaciones que miembros del Centro de Estudios Literarios han publicado fuera de colección, dentro del mismo Instituto.
Dado que necesitaría mucho tiempo reseñar todo lo publicado hasta la fecha en nuestro Centro, básteme decir que en la actualidad el Centro de Estudios Literarios cuenta con 28 investigadores, 6 técnicos académicos y alrededor de 15 becarios, sin contar a los innumerables estudiantes que han hecho con nosotros su Servicio Social. Toda esta amplia nómina está en plena productividad, resultado de la suma de esfuerzos y voluntades de muchas personas que se han sucedido en el tiempo y que por ahora me es imposible citar, y cuya importancia, de algunos trabajos, ha merecido el apoyo de la Dirección General de Asuntos del Personal Académico y de Conacyt, como el Diccionario de escritores mexicanos. Siglo XX, las ediciones críticas de las obras de Tablada y Fernández de Lizardi, la investigación de Belem Clark de Lara sobre José Tomás de Cuéllar y la de Gustavo Jiménez sobre Amado Nervo.
Conforme a su función orientadora, el Centro de Estudios Literarios ha sido fuente de información para incontables investigadores y estudiantes nacionales y extranjeros; hemos asesorado numerosas tesis profesionales no solamente sobre literatura mexicana sino también sobre literatura iberoamericana. Hoy, gracias a la cooperación del Departamento de Cómputo nos hemos servido de la más avanzada tecnología, de modo que los primeros cuatros tomos del Diccionario de escritores mexicanos están ya en disco compacto y, actualmente, estamos elaborando otro más que abarcará a los nueve volúmenes del Diccionario.1

Aurora M. Ocampo
13 febrero, 2008


* Consultar Aurora M. Ocampo, “Historia de la Biblioteca del Centro de Estudios Literarios” en la Memoria de las Jornadas Filológicas 2006, UNAM, IIFL, 2007, pp. 191-196.
* Aurora M. Ocampo, “Julio Jiménez Rueda, fundador del Centro de Estudios Literarios de la UNAM”, en Setenta años de la Facultad de Filosofía y Letras, Presentación e introd. de Juliana González, UNAM, FFL, 1994, pp. 570-571.
*Aurora M. Ocampo, “Los fundadores. María del Carmen Millán”, en Cuarenta años del Centro de Estudios Literarios. Memoria, UNAM, IIFL, 2001, pp. 91-96.
*Actualmente el número de escritores registrados en nuestros ficheros, rebasa los tres mil.
*Desde 1996, gracias a la ayuda de la DGAPA (Dirección General de Asuntos del Personal Académico).
1 Texto tomado del “Dossier 50 aniversario del Centro de Estudios Literarios”, publicado en revista Literatura Mexicana, vol. xxi, núm. 1, 2008, pp. 7-19. 

Fuente: aurora-m-ocampo.blogspot.com