Aurora M. Ocampo: el dígito y la sílaba

 

Foto: Susana Casarin

Aurora M. Ocampo:
el dígito y la sílaba

José de Jesús Sampedro


Dentro de nuestra (en específicos instantes aún modélica) historiografía literaria, Aurora M. Ocampo constituye ya una referencia descriptiva o interpretativa: un profuso espejo y/o un reflejo, y viceversa (un indemne estilo de contemplarse, de evocarse, de descifrarse). Recurro siempre al decirlo a su básica proximidad a un período cuyas características (acoto: en términos muy flexibles) circunscriben y/o determinan ese antropológico estigma al que denominamos contemporáneo. Me explico.
Desde su ingreso casi (octubre de 1956, como becaria) al venerable Centro de Estudios Literarios de la Universidad Nacional Autónoma de México,1 Aurora M. Ocampo ingresaría asimismo a un cierto (y dúctil) tipo de reflexión que insinúa o que implica un vaivén entre lo unívoco y lo analógico. Para ejemplificarlo: confróntese su acaso primer ensayo (1957), sustentado en los mutuos niveles de lectura que percibe y que infiere en El águila y la serpiente y en Los de abajo, o confróntese acaso su primer libro (1959), sustentado en el hemerográfico ejercicio de rescate de los ilustrativos índices de la precursora revista literaria mexicana El Domingo. Un doble aspecto fundacional que permutará hasta volverlo íntegro: reivindicatorias y oportunas intermediaciones hermenéuticas alrededor de Rosario Castellanos, de Alfonso Reyes, de Inés Arredondo, de Agustín Yáñez, etcétera, y minuciosas (y completas, contributivas) catalogaciones bibliográficas, de José Rubén Romero a Octavio Paz, y de Francisco L. Urquizo a Efraín Huerta. Reconstrucción y/o creación históricas.
No menos trascendencia adopta entonces aquí el complementario acervo organizado (o supervisado sólo) por Aurora M. Ocampo y que aún informa de lo íntimo de pedagógicas y/o de genéricas propuestas teóricas y/o analíticas. Para ejemplificarlo: confróntese su Antología de la poesía en lengua española (siglos XVI y XVII) o confróntese su Antología de textos sobre lengua y literatura, visionarias y estrictas compilaciones, reevaluándolas en cuanto a los profesores y en cuanto a los alumnos inmiscuidos en aquella implacable renovación académica que incentivó el modelo de los heterodoxamente ortodoxos colegios de ciencias y humanidades de comienzos de la década de los setenta.2 Para ejemplificarlo: confróntense sus compilaciones La crítica de la novela iberoamericana contemporánea y La crítica de la novela mexicana contemporánea, compactas y/o volátiles confluencias que intercalan y que matizan el conjunto de los congénitos avatares de una práctica heurística más compleja y/o más explícita después del (ahora, hoy: inclusive) carismático fenómeno popularizado como Boom y acaecido a plenitud en Latinoamérica.
La hiedra o el vaho y el lirio. Cualitativo y/o cuantitativo circuito que intensifica, que reitera y valida lo unívoco y lo analógico, el Diccionario mexicano de escritores. Siglo XX (consigno, y "Desde las generaciones del Ateneo y Novelistas de la Revolución hasta nuestros días", como lo anticipa y lo precisa el subtítulo), constituye un loable esfuerzo orientado a congregar y a ordenar todo un contexto documental, hemero y biobibliográfico. Un propósito ineludiblemente ubicuo y huidizo. Su densa y vasta génesis cronológica lo testimonia (y lo circunda, obvio) y lo justifica: hacia 1967 apareció un misceláneo volumen que incluía los fundamentales datos relativos a casi doscientos cincuenta escritores de la Colonia y del siglo XIX, recogidos éstos por Ernesto Prado Velázquez, y los fundamentales datos relativos a trescientos escritores del siglo XX, recogidos éstos por Aurora M. Ocampo, quien retomará luego el proyecto y lo transformará en un mayor y superior proceso compilatorio.

Foto: eventosunam.wordpress.com
Ergo: el primero de los futuros y/o de los futuristas nueve tomos del Diccionario mexicano de escritores. Siglo XX (A-CH) fue editado entonces hacia 1988 y, de inmediato, prefiguraría una iniciativa clave dentro de nuestra anacrónica y/o dentro de nuestra moderna cultura impresa. Aún insisto: comúnmente proclives a la fortuita o a la atávica inercia que promueve o que preserva el pasmoso olvido (manifiesto en las clásicas antinomias de lo demagogo o de lo cursi o de lo frívolo), el heterogéneo y el homogéneo acto de reunir y de sistematizar las características de un acotado grupo de escritores, cuya personal obra diversifica y/o unifica esa fenomenológica e intransferible experiencia denominada literatura mexicana, equivale no únicamente a proponer un historiográfico corte sincrónico y/o diacrónico, sino a profundizarlo y a transmutarlo en un legítimo corolario (me permito aquí un símil) digno de aquella gratificadora tradición filológica erigida desde las aún barrocas márgenes de la primera mitad del siglo XVIII por el egregio y laborioso Juan José de Eguiara y Eguren, propiciador de la apenas introductoria (aunque insoslayable e invalorable, útil) Bibliotheca Mexicana.
Para expresarlo en otras palabras: gracias siempre a la unánime voluntad de Aurora M. Ocampo, disponemos de un muy fiable acervo que reúne el perfil básico gnoseológico de un significativo número de escritores mexicanos y de escritores mexicanos extranjeros sólo en razón de geopolíticas fronteras geográficas. En auspiciosos giros (pletóricos, solícitos) estadísticos: una cifra que quizá rebasa ya el promedio de los dos mil doscientos escritores (estimando ésta de entre ambos), reveladora asimismo de una finita y de una infinita red de causa y/o de efecto que involucra su biografía, su bibliografía, su hemerografía, y un amplio o un breve juicio que involucra los parámetros de interés que conforman su estética y su ética (lo que de seguro facilita el propio juicio de los lectores) y que deviene en absoluto dogmático. Un dispuesto todo que los correlaciona y/o que los distingue, y que de indirecta manera compendia lo imaginario y lo verídico de una contemporánea etapa nuestra, cívica y mítica.
Concluyo: vislumbrando el desarrollo de un homenaje-coloquio en rememoración de sus discretos (fructíferos, impolutos, genuinos) setenta y cinco años de vida, posteriormente efectuado dentro del Instituto de Investigaciones Filológicas de la Universidad Nacional Autónoma de México, en junio de 2005, alguien (ignoro quién) le adjuntó la rotunda y feliz frase de venero de la literatura mexicana a Aurora M. Ocampo. Mimetizándome, yo agregaría simplemente: "Y venero acaso también de la todavía hoy inimaginable literatura mexicana"
Notas
1 El Centro de Estudios Literarios fue creado el 9 de octubre de 1956 en respuesta a la solicitud de María del Carmen Millán y de Julio Jiménez Rueda (Ana Elena Díaz Alejo y Ernesto Prado Velázquez serían los otros becarios).
2 Aunque desde comienzos de la década de los ochenta retornaría (y monopolizaría el espacio, de nuevo) el estulto numen del neoacademicismo kantiano.

Más información en http://aurora-m-ocampo.blogspot.com

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