Historia de la biblioteca del Centro de Estudios Literarios de la UNAM


A la memoria de don Julio Jiménez Rueda

Hoy estamos reunidos para conmemorar los cincuenta años que nuestro Centro cumplió el mes pasado; en muchas ocasiones he hablado de cómo se fundó, cuáles fueron sus primeros trabajos, así como de su expansión hasta que pasó a formar parte del Instituto de Investigaciones Filológicas fundado por el maestro Rubén Bonifaz Nuño en 1973, el cual lo integró a los Centros de Lingüística, Estudios Clásicos y Estudios Mayas, que ustedes ya conocen. Las Jornadas Filológicas, que han estado efectuándose año con año desde 1995, junto con las memorias respectivas, dan cuenta de la riqueza y variedad de los trabajos realizados por los diferentes Centros y Seminarios que actualmente lo conforman. La última vez que hablé sobre nuestro Centro fue en el Homenaje a Rubén Bonifaz Nuño, participación que fue publicada en la Memoria de 2003 y que salió al público el año pasado.
Hoy vuelvo a tomar la palabra para relatarles otra pequeña historia, pero muy importante dentro de la historia del Centro de Estudios Literarios, la Historia de su Biblioteca, la cual se empezó a formar a raíz de la creación de la misma Institución, a fines de 1956, bajo la dirección del maestro Julio Jiménez Rueda, la subdirección de la maestra María del Carmen Millán y la colaboración de tres estudiantes becarios: Ana Elena Díaz Alejo, Aurora M. Ocampo y Ernesto Prado Velázquez. Su domicilio fue de 1956 a 1960 un cubículo en el segundo piso de la Torre de Humanidades I, su acervo poco más de un centenar de libros adquiridos por medio de donaciones. Recuerdo con cariño ese pequeño cubículo en el que alrededor de un solo escritorio trabajábamos don Julio, María del Carmen y nosotros; la rifa que hicimos de la donación que, por partida doble, el Fondo de Cultura Económica nos hizo de los primeros números de su colección Letras Mexicanas que por esos años empezaron a salir; precisamente el número uno fue la Obra poética (1906-1952), de Alfonso Reyes y en 1956, la cuarta edición de Visión de Anahuac, del mismo autor; empezábamos pues con muy buenos augurios, los primeros números de Letras Mexicanas del Fondo de Cultura Económica son los mismos en que se empezaron también los arreglos para la fundación del Centro. De esas dos colecciones donadas, una fue para nosotros y la otra para obtener dinero para comprar más libros; recuerdo también la alcancía de barro que yo todavía conservo: una calabaza gigante de más de veinte centímetros de diámetro que alguien nos regaló para que la gente cooperara con lo que fuera su voluntad para empezar a comprar los libros de un Centro que aspiraba a investigar la literatura de su país.
Uno de los objetivos del Centro desde su fundación, fue llenar las lagunas que existían sobre la historia de la literatura mexicana, pero ¿cómo hacerlo sin una de las herramientas principales? ¿Cómo emprender sin los libros necesarios la serie de trabajos bibliográficos sin los cuales no es posible conocer y analizar el trabajo literario de nuestros escritores? Con ese centenar de libros conseguido de donaciones empezamos a elaborar los primeros Indices de las revistas del siglo diecinueve, convencidos de que la mayor parte de nuestra literatura de ese siglo se hayaba en ellas. Precisamente los primeros Indices elaborados fueron los de la Revista Literaria Mexicana El Domingo (1871-1873). Indices elaborados por los tres estudiantes becarios llamados a formar parte del Centro desde su inauguración, Ana Elena, Ernesto y yo y que salieron al público en 1959, año del nacimiento de mi primer hijo, Ricardo.
Nuestras penurias para conseguir libros terminaron en 1960, con la donación del fundador y director del Centro de Estudios Literarios y maestro nuestro, don Julio Jiménez Rueda, el cual poco antes de su muerte, acaecida el 25 de julio de ese año, donó su biblioteca particular, diez mil volúmenes entre libros y revistas, que pasaron a formar el núcleo principal de la biblioteca y el mejor instrumento de trabajo de sus investigadores que ya para entonces habían aumentado en su número, entre ellos, Jacobo Chencinsky y Luis Mario Schnaider. Obviamente esos diez mil volúmenes donados no cabían en nuestro cubículo de la Torre de Humanidades I, así que fueron recibidos en ceremonia oficial inaugurando el nuevo domicilio del Centro de Estudios Literarios, ubicado en la planta alta de la Biblioteca Central, el 25 de ocubre de 1960. Desde entonces hasta 1988 en que tuvimos, como parte del Instituto de Investigaciones Filológicas, el edificio propio que hoy ocupamos, la Biblioteca del Centro de Estudios Literarios se llamo "Julio Jiménez Rueda".
A fines de 1960, una vez instalada la donación del maestro Jiménez Rueda, se vio la necesidad de separar revistas de libros y de crear dentro de la misma biblioteca una hemeroteca. A partir del inicio de la elaboración de las fichas de escritores en 1962, y que dio lugar para mi tesis en 1965 y dos años después para la primera edición, en un solo volumen, del Diccionario de escritores mexicanos, la hemeroteca se incrementó con suscripciones, canje, donaciones y compra de las principales revistas y suplementos especializados, tanto de México como del extranjero.
El 19 de abril de 1972, la "Biblioteca Julio Jiménez Rueda" recibió una segunda donación importante, la del maestro José María González de Mendoza, alrededor de 1,500 volúmenes; y no sólo fue esa donación de libros, sino también de su archivo personal del cual los archivos personales que yo venía formando desde 1960, se vieron también favorecidos por nuestro querido Abate, quien palabras más, palabras menos, me dijo que padecíamos de la misma "manía", guardar recortes, invitaciones, manuscritos y mecanuscritos de los escritores que nos interesaban y así fue; ahí se guardaron también las fotos recibidas o coleccionadas, las respuestas a nuestros Cuestionarios, carteles y todo lo que se refería a nuestros escritores, papeles guardados en un folder o en un gran sobre en orden alfabético en más de 25 archiveros localizados no sólo en la Sala del Diccionario de escritores mexicanos, que yo pedí aparte de nuestros cubículos, una vez mudados a nuestro edificio propio, y que me arrepiento ahora de no haberla pedido más grande, porque pronto no tuvimos espacio y tuve que recurrir a la buena voluntad de todos los demás miembros del equipo que en sus cubículos albergan ficheros y archivos que no cupieron e la mencionada Sala del Diccionario de escritores mexicanos. Todos tenemos parte de esos ficheros y archivos en nuestros respectivos cubículos. Archivos y ficheros que han servido para innumerables trabajos aún antes de la publicación de cada tomo del Diccionario. Un ejemplo que se me viene a la memoria es que sin el archivo, enriquecido por González de Mendoza, que tenemos de Ramón López Velarde, así como de su bibliografía y hemerografía, Guillermo Sheridan no hubiera podido escribir Un corazón adicto: La vida de Ramón López Velarde, a fines de la década de los ochenta. Además de estas dos grandes donaciones, la biblioteca recibió otras de los siguientes maestros: la de Huberto Batis, tanto en libros como en revistas (que, en 1978, me ayudó a trasladar la hemeroteca que había sido subida al 7o. piso de la Biblioteca Central, a los pasillos de nuestra nueva dirección el el piso 12 de la Torre de Humanidades II, la cual quedó hasta 1988 bajo mi custodia); otras pequeñas donaciones fueron las de Enrique González Casanova, Basil Lapadat, Armando de Maria y Campos, Francisco de la Maza, Ernesto Mejía Sánchez, Margarita Mendoza López, María del Carmen Millán, Augusto Monterroso, José Rojas Garcidueñas, Héctor Valdés, Adolfo Sánchez Vázquez y de otros. Una de las últimas que ha venido siendo de uno o dos libros o revista cada vez desde hace varios años, es la de nuestro amigo y compañero del Centro de Estudios Literarios el poeta Marco Antonio Campos.
Varios bibliotecarios se encargaron de la organización de la incipiente biblioteca, en las décadas de 1960 a 1975, personal graduado como la maestra Nadia de Levi, recién cambiados a la planta alta de la Biblioteca Central, la cual empezó los trabajos de catalogación, y fue jefa de la biblioteca; la licenciada Isolina Trujillo (que se recibió precisamente con una tesis intitulada La Biblioteca Julio Jiménez Rueda, dependiente del Centro de Estudios Literarios de la UNAM, en 1974, y estudiantes de la carrera de Bibliotecología. Todos, asesorados por nosotros, los investigadores, y según su experiencia y aptitudes, impulsaron el intercambio de publicaciones con países de América y Europa, por medio de compra, donación, canje o suscripción. El material obtenido ha permitido, desde 1960 hasta nuestros días, la investigación, conocimiento y difusión de nuestra literatura así como la prestación de servicios biblio-hemerográficos, ya que se ha venido tratando de mantener al día tanto la colección bibliográfica como la hemerográfica.
Desde abril de 1978 hasta 1988, la biblioteca estuvo ubicada como decíamos, en el piso 12 de la Torre de Humanidades II y estuvo integrada administrativamente por un jefe de biblioteca, un bibliotecario técnico y una secretaria, y la hemeroteca, que por su crecimiento e importancia se desvinculó en parte de ella, tuvo al frente al director del Centro, una investigadora Aurora M. Ocampo, y un técnico académico. Tanto la biblioteca como la hemeroteca dieron servicio al personal del Centro y a maestros, estudiantes e investigadores de la literatura que lo solicitaran. Su acervo, en la década que va de 1970 a 1980, fue de aproximadamente 21,000 volúmenes, 3,000 folletos y 1,100 títulos de publicaciones periódicas. Entre estas últimas, había colecciones cerradas y abiertas, completas e incompletas, que siempre hemos estado pendientes de completar.
El acervo, tanto de libros como de folletos, revistas y suplementos especializados en literatura mexicana e iberoamericana en general, hicieron de la "Biblioteca Julio Jiménez Rueda", incluida su hemeroteca, dos de las más importantes de su tipo en México.
A partir de la integración de varios Centros en el Instituto de Investigaciones Filológicas, en 1973, y que en mayo de 1988 nos cambiamos de la Torre de Humanidades II a nuestro edificio propio en el Circuito Mario de la Cueva, atrás del Centro Cultural de la Ciudad Universitaria, la "Biblioteca Julio Jiménez Rueda" se integró a las Bibliotecas de los otros Centros, fundándose, más tarde, la "Biblioteca Rubén Bonifaz Nuño" como la gran Biblioteca del Instituto.
Sin embargo, el Centro de Estudios Literarios ha seguido enriqueciendo considerablemente a la Biblioteca del Instituto. A partir de 1980 en que en Consejo Interno precidido por el Dr. Rubén Bonifaz Nuño, se aprobó la nueva edición del Diccionario de escritores mexicanos. Siglo XX, en varios volúmenes, actualmente terminados (el último, el IX, esta a punto de salir de la imprenta), elaboré un Cuestionario que se ha venido repartiendo entre los escritores mexicanos, y con el cual les rogamos donar, si no los tenemos, un ejemplar de cada una de sus publicaciones, primero para nuestro conocimiento y segundo, para enriquecer el acervo de nuestra Biblioteca. Igualmente hemos estado pendientes de suscribirnos a las revistas especializadas en literatura que han ido apareciendo a lo largo de los años y, desde 1990, hemos establecido canje con nuestra revista para conseguir las revistas literarias de diversos lugares de México y del extranjero que nos interesan para nuestro trabajo y que, por otra parte están en continuo aumento. Revistas de otros países de nuestra América e inclusive de los Estados Unidos y de Europa ha sido posible conseguirlas a través del canje con la nuestra, Literatura Mexicana (canje que ha sido posible con la ayuda de Martha Angélica secretaria de nuestra Revista), y también ofreciendo los diversos tomos que han ido saliendo al público, desde 1988, de nuestro Diccionario; dos ejemplos de ello son la Revista de Crítica Literaria Latinoamericana, de Lima Perú, y Casa de las Américas, de La Habana Cuba. El equipo del Diccionario de escritores mexicanos. Siglo XX, investigadores, técnicos académicos y becarios estamos muy conscientes de la necesidad de obtener las obras de y sobre nuestros escritores, y las publicaciones periódicas especializadas en literatura, para efectuar a cabalidad nuestras investigaciones; para ello, al entrevistar o enviar al escritor que estamos estudiando nuestro Cuestionario, les pedimos ejemplares de sus obras y la inmensa mayoría de ellos nos han respondido favorablemente. Por otro lado, cada uno de nosotros, estamos pendientes de las novedades tanto en las reseñas a los libros como en nuestras visitas a otras bibliotecas y a las librerías. Yo por mi parte, ayudada por la capturista del Diccionario, Teresita López, mantenemos una nutrida correspondencia con escritores, editoriales, revistas, universidades e institutos para tal efecto.
Cada dos o tres meses, una de las becarias del proyecto (actualmente llamado "La literatura mexicana en multimedia", que reunirá a los nueve volúmenes de nuestro Diccionario en disco compacto, y todos actualizados hasta 2005 como el noveno), hace una lista de los libros donados y comprados para bajarlos a entregar a la biblioteca, que sumados a los que pedimos a los encargados de la biblioteca comprar, hacen de la Biblioteca del Instituto tal vez la más completa en México, en lo que a literatura mexicana e iberoamericana se refiere.

Aurora M. Ocampo
6 de noviembre
Jornadas Filológicas 2006
Instituto de Investigaciones Filológicas/UNAM
Ciudad Universitaria.
http://aurora-m-ocampo.blogspot.com/

1 comentario:

M. A. Jurado Guillén dijo...

Estimada Aurora:
La molesto con unas preguntas: ¿don Julio Jiménez Rueda también donó su archivo a la biblioteca?, ¿entregó en dicha donación todos sus libros, incluso los antiguos, los impresos novohispanos?
Agradezco su atención, Marco Jurado.