Presentación tomo VII. Jorge Ruedas de la Serna


Presentación del tomo VII (R) del
DICCIONARIO DE ESCRITORES MEXICANOS. SIGLO XX.
Dirección: Aurora M. Ocampo

Martes 31 de mayo de 2005
Casa de las Humanidades/UNAM
Coyoacan, Ciudad de México.


Por el Dr. Jorge Ruedas de la Serna
Facultad de Filosofía y Letras/UNAM


Cuando en 1967 apareció el Diccionario de Escritores Mexicanos, publicado por el Centro de Estudios Literarios, bajo la autoría de Aurora M. Ocampo, quien se había encargado de los escritores del siglo XX, y de Ernesto Prado Velásquez, a quien le tocaron los del siglo XIX y Colonia, varios autores se molestaron y llovieron críticas. Algunas muy duras, por ejemplo Raúl Villaseñor escribió en una crónica que se publicó en El Informador, de Guadalajara (6 de dic. de 1967): 'Este cronista hizo una nómina de omisiones, casi duplica el (número) de quienes fueron tomados en cuenta'.
Otros se preguntaban si no eran escritores por no aparecer en el Diccionario.

Recuerdo que una mañana entró muy molesta nuestra querida maestra, la doctora María del Carmen Millán, fundadora y directora del Centro, y dijo 'no sé a quién se le ocurre hacer un diccionario incluyendo autores vivos'.

Y, en efecto, tenía razón, los del siglo XIX y los muertitos no protestaron y nadie lo hizo por ellos.

A Aurora le tocó la peor parte por haberse metido con los vivos. Era como para haberse olvidado del proyecto de continuar el Diccionario. Sin embargo, aceptó el reto y se consagró a esa enorme tarea. Para afrontarlo, pospuso sus otras tareas de investigación. Se había distinguido como estudiosa de la novela mexicana y de la novela latinoamericana. Sus ensayos, sus bibliografías y sus antologías sobre la crítica de la novela, le habían granjeado un merecido reconocimiento. Recuerdo varias de nuestras reuniones en el Centro con la presencia de grandes críticos de la novela, como Ángel Rama, y con novelistas y cuentistas, como la muy añorada Inés Arredondo, y
muchos más. Aurora era el centro de atracción y la que promovía esas reuniones. Pero a ella no le interesaba figurar, a ella le interesó siempre auténticamente la literatura, y entendió su misión como estudiosa y como maestra. La enorme información que durante años había reunido sobre la novela la puso generosamente a disposición de alumnos, becarios, tesistas y estudiosos mexicanos o que venían del extranjero. De sus ficheros salieron innúmeras tesis. Y los agradecimientos a ella en esas tesis e
investigaciones son incontables.

Entonces decidió consagrarse al más importante proyecto de la literatura mexicana del siglo XX. Trazó un plan muy inteligente: estableció que entrarían al nuevo Diccionario los autores mexicanos o radicados en México que hubiesen publicado al menos dos libros y dispuso que la obra tuviese un carácter eminentemente bibliográfico y hemerográfico, renunciando a criterios subjetivos de valoración personal. Además, flexibilizó el propio concepto ecuménico de 'literatura mexicana'. Fue un acierto, el Diccionario
se convertiría en un enorme repositorio de biblio-hemerografía, como ella la entiende, y como la entendió José Gaos, para quien la bibliografía era la ciencia ordenadora de las creaciones del espíritu y por ello se situaba en el más alto peldaño del conocimiento. Cada acápite del Diccionario está compuesto por tres secciones: la biografía del autor, la obra publicada y las referencias hemerográficas o críticas.

La importancia de cada autor resalta, así, por la magnitud de la obra y por la repercusión que ha tenido. El artículo de Rulfo tiene 35 páginas; el de Alfonso Reyes, 40. Casi lo alcanza Rulfo, a pesar de la diferencia generacional y la magnitud de la obra de Reyes. Frente a estos grandes, hay muchos escritores muy jóvenes que empiezan a sobresalir. Las páginas del Diccionario muestran objetivamente la dimensión de cada escritor, y constituyen una fuente inapreciable para estudiar la recepción que ha tenido cada obra, sin exclusiones arbitrarias o criterios siempre muy discutibles
de gusto personal. En todo ello radica el éxito de esta obra excepcional y su enorme valor para la historia de nuestra literatura.

La crítica moderna, sobre todo a partir de la teoría de la recepción, sostiene estos criterios. Cuántos autores hay en nuestros días que no son reconocidos porque no están dentro del canon vigente, pero que esperan a su lector virtual, que quizás no haya nacido todavía. La historia de la literatura debe ser entendida siempre como un plasma en incesante movimiento. De pronto un autor, poco valorado hace unos años, resurge, se
levanta y se impone, y qué importante que estén ahí, esperando, en este enorme 'horno genitor', como lo habría llamado Alfonso Reyes.

En este tomo, que hoy presentamos, hay escritores hasta hace unos pocos años olvidados, pero que hoy están creciendo en la crítica y se convierten en figuras apreciadas, a veces por su vena paródica o su entraña popular. Es el caso de autores como José Rubén Romero, entre muchos otros.

Pero hay algo, sobre todo, que debe ser reconocido. Es la primera obra de esta magnitud, en toda nuestra historia literaria, que se concluye. Hubo otros grandes esfuerzos, desde el período colonial, que se quedaron inconclusos, desde la Bibliotheca Mexicana de Eguiara y Eguren, en el siglo XVIII, la Biblioteca de Beristáin y Souza, en el siglo XIX, o el proyecto de Francisco Pimentel en el mismo siglo. El Diccionario de Escritores Mexicanos ha sido la mejor herencia que el siglo XX dejó al siglo XXI, en lo que respecta a nuestras letras. En ese siglo, que llamamos ya pasado, hubo muchos otros esfuerzos historiográficos, pero ninguno que hubiese alcanzado su culminación. Incluso la grandiosa Bibliografía de bibliografías mexicanas
de Agustín Millares Carlo y José Ignacio Mantecón, grandes sabios y eruditos, se quedó esperando su segundo volumen.

No puedo dejar de referirme a la calidad ética e intelectual de Aurora Ocampo, que ha sido la base fundamental para realizar esta empresa. Aurora ha trabajado siempre con rigor y honestidad, siempre realizó su trabajo académico con sabia modestia y sencillez, nunca se aprovechó del trabajo de los demás, ni de otros estudiosos ni mucho menos de sus colegas. Nunca se apropió de una sola línea ajena, ni le disputó a nadie su tema de investigación, ni saludó con sombrero ajeno, conductas lamentables que hoy vemos con frecuencia ensombrecer la vida académica. Por eso sobre todo
respeto y admiro a mi amiga y colega Aurora. Su trabajo ha sido siempre impecable, y nadie puede reprocharle nada; es, sobre todo, una persona buena y un ser humano ilimitadamente generoso.

Cuando planeó el nuevo Diccionario respetó el trabajo realizado por Ernesto Prado. Fácil le hubiera sido actualizar las fichas del siglo XIX, para apropiarse de todo el Diccionario, pero no lo hizo por respeto al colega, aún cuando él había fallecido. El siglo XIX quedará para otros, que legítima y honestamente decidan continuar la tarea del maestro Prado y, naturalmente, le otorguen el crédito que le corresponde.

Cuando formó su equipo de colaboradores, como ella justamente los llama, a quienes adiestró en las técnicas de la investigación biblio-hemerográfica, les otorgó siempre su crédito, a ninguno le quitó su mérito, y cada ficha lleva la firma de quien la elaboró. Fue esto también una gran oportunidad para ellos, que se familiarizaron con los escritores, su obra y su repercusión crítica. Por eso el trabajo de investigación de Aurora ha sido también eminentemente formativo.

Veo con mucha alegría, por el Centro de Estudios Literarios, donde yo también me formé, que esta obra ha llegado a su culminación y que será fuente de incontables y fecundos trabajos para la historia y la crítica de la literatura mexicana.

Muchas gracias, Aurora por esta obra que nos será de tanta utilidad, y por tu gran ejemplo de trabajo académico serio, honesto y generoso.

http://aurora-m-ocampo.blogspot.com

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